La Novena de la Virgen de los Dolores es una serie de misas, seguidas de procesiones dentro del mismo templo y que cuenta con gran arraigo en la Villa de Tegueste.
Reúne a las cuatro comunidades parroquiales denominándose cuarteles, y serían el Cuartel de San Luis, Cuartel de Las Peñuelas, Cuartel de Pedro Álvarez y el Cuartel de Tegueste-casco, que son las encargadas de preparar cada día las celebraciones,
En las Novenas de este año la organización ha sido la siguiente:
En la Primera Novena predicó el diácono David Barreto, quién desempeña su ministerio en San Sebastián de la Gomera, encargándose de la organización el Cuartel de San Luis y de los cantos la Coral Canticorum Iubilo de Tegueste.
En la Segunda Novena predicó el sacerdote Antonio Delgado, párroco en San Miguel de Geneto, San Bartolomé de Geneto, Chimisay y Las Chumberas. El Cuartel organizador fue el de Las Peñuelas y el coro parroquial de San Marcos el encargado de los cantos.
En la Tercera Novena predicó el sacerdote Elisuán Delgado, párroco del Stmo. Cristo de Tacoronte. El Cuartel organizador fue el de Pedro Álvarez, coordinados por los “Amigos de los Reyes Magos» y el coro parroquial del Sagrado Corazón de Jesús.
Y ayer, Viernes de Dolores, se celebró la cuarta y última Novena a la Virgen, predicando en esta ocasión Víctor Oliva, Ecónomo diocesano y párroco de San Benito y San Lázaro, el Cuartel organizador fue el de Tegueste Casco y el coro encargado de los cantos fue El Naciente de El Socorro.
La tradición de esta Novena en Tegueste se establece prácticamente desde el momento de la instauración de la parroquia de San Marcos Evangelista, ya que unos siglos antes comienza en Europa la devoción a la Virgen de los Dolores, por ello hemos querido ahondar en el significado de esta devoción mariana.
A lo largo del s. XIII se elabora la devoción a la Virgen Dolorosa, precisándose a comienzos del s. XIV como devoción a los Siete Dolores. Pero el primer documento cierto sobre la aparición de la fiesta litúrgica del dolor de María proviene de una iglesia local, en efecto, el 22 de abril de 1423 un decreto del concilio provincial de Colonia introducía en aquella región la fiesta de la Dolorosa en reparación por los sacrílegos ultrajes que los husitas habían cometido contra las imágenes del Crucificado y de la Virgen al pie de la Cruz. La fiesta llevaba por título “Commemmoratio angustiae et doloribus Beatae Mariae Virginis”, según el tenor del decreto conciliar, que decía: “… Ordenamos y establecemos que la conmemoración de la angustia y del dolor de la bienaventurada Virgen María se celebre todos los años el viernes después de la domínica Jubilate (tercer domingo después de pascua), a no ser que ese día se celebre otra fiesta, en cuyo caso se transferirá al viernes próximo siguiente”.
En 1482, Sixto IV compuso e hizo insertar en el Misal Romano, con el título de Nuestra Señora de la Piedad, una misa centrada en el acontecimiento salvífico de María al pie de la Cruz. Posteriormente esa fiesta se difundió por Occidente con diversas denominaciones y fechas distintas.
La fiesta del viernes de pasión quedó reducida por la reforma de las rúbricas de 1960 a una simple conmemoración. El nuevo calendario promulgado en 1969 suprimió la conmemoración del tiempo de pasión y redujo a la categoría de “memoria” la fiesta de los siete Dolores de septiembre bajo el nuevo título de “Nuestra Señora la Virgen de los Dolores”.
La historia de esta devoción, como ya se ha observado y como se deduce igualmente de estas notas, parece trazar una línea curva que alcanza su apogeo en los períodos de codificación litúrgica. La ósmosis entre lo popular y lo oficial, aun en medio de los reflujos pietistas que es posible constatar, conduce a una intensidad difusa del sentimiento de devoción hacia la Mater Dolorosa. Precisamente cuando la ósmosis es mayor es cuando la intensidad aparece más profunda. Pero es preciso subrayar que el progresivo replanteamiento litúrgico a lo largo del s. XX, ayudado en este punto por la reflexión bíblico-patrística, coincide con la “cualidad” de la meditación sobre el misterio del dolor de Santa María, insertándolo en un contexto más amplio de historia de la salvación; no se contempla ni se venera a la Mater Dolorosa solamente para participar conscientemente, en cuanto personas particulares, en la pasión de Cristo a fin de vivir su resurrección, sino que además se hace esto para que María, como imagen de la iglesia, inspire a los creyentes el deseo de estar al lado de las infinitas cruces de los hombres para poner allí aliento, presencia liberadora y cooperación redentora.
Además, la Dolorosa puede recordad a los hombres de nuestro tiempo, inquietos y preocupados por la esencialidad de las cosas, que la confrontación con la palabra de la verdad y su manifestación pasa ciertamente por la experiencia de la espada (Lc 2,35; 14, 17; 33,36; Sab 18,15; Ef 6,17; Heb 4,12; Ap 1,16), que traspasa el alma, pero que abre también a una nueva conciencia y a una misión renovada (Jn 19, 25-27), que va más allá de la carne y de la sangre y de la voluntad del hombre, puesto que brota de Dios (Jn 1, 13).
Fuente: Nuevo Diccionario de Mariología. Ediciones Paulinas y parroquia de San Marcos.
Fotografías: Novenas 2023.